Por fin he podido ver la película Precious y no me ha decepcionado para nada.
Para los que no la hayáis visto, Precious explica la historia de Claireece Precious Jones una chica de color de 16 años obesa y analfabeta que vuelve a estar embarazada de su propio padre. Vive en Harlem con una madre con un carácter amargado y cruel que la somete a continuos abusos y maltratos. Entonces la echan del instituto y le proponen asistir a un instituto alternativo, en el que su historia empieza a cambiar.
La protagonista hace una evolución espectacular durante este intenso largometraje. Pasa de imaginarse cómo podría haber sido su vida a tomar conciencia de su situación, pedir ayuda a las personas adecuadas y, finalmente, llegar a la autodeterminación.
Su nueva maestra y la asistente social le muestran el camino, pero son sus hijos el elemento crucial para que Precious vea la luz, la ayudan a ver lo que antes no era capaz, la hacen luchar por lo que no hubiera luchado para sí misma solamente y la ayudan a encontrarse a sí misma.
Como espectadora, miraba con indignación cómo esa niña maltratada no era salvada por nadie y, finalmente, he visto con claridad que ella misma era su salvadora, era la que estaba tomando las decisiones y era la que podía cambiar esa situación. No se agarra a nada ni a nadie, coge las riendas de su vida y sigue hacia adelante.
Todo esto me ha hecho reflexionar sobre el impacto que tienen los hijos en nuestra vida, en cómo nos dan señales de alerta sobre nosotros mismos. Nos han enseñado a ignorar estas señales, a no hacer caso a su llanto, sus quejas, su cansancio… en cambio, tienen muchas de las claves que nos hacen falta para tirar adelante, son sinceros y genuinos, no saben mentir, no van a tomarte el pelo. Si escuchamos a nuestros bebés nos dirán cómo estamos nosotras y qué deberíamos hacer para sentirnos mejor.